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Los monumentos prehistóricos te hablan. Tienen un lenguaje profundo, bárbaro y refinado a la vez. Es como si se saltasen todos los filtros de la conciencia para caer de lleno en el pozo de lo más abismático de tus ensoñaciones. Y allí no hubiese tiempo, ni historia ni prehistoria. Sólo un hombre. Un Hombre antiguo, viejo y misterioso.
De joven ya visitaba con mis padres algunos de esos grandes monumentos megalíticos, como la Cova d'en Daina cerca de Romanyà de la Selva. Aquí estoy, sería más o menos 1965. Concentrado en los recuerdos arcaicos.